El jugo y la piel de la manzana ya eran considerados remedios medicinales por los asirios-babilónicos en el año 600 antes de Cristo. Se atribuyen a la sidra múltiples características beneficiosas para el organismo: es diurética, tónica, antidiarreica, eupéptica, febrífuga, anticatarral, digestiva, previene infartos y otras dolencias cardíacas; es laxante, protectora del aparato cardiovascular frente a la arteriosclerosis, anticancerígena y cicatrizante.
Recientemente la Doctora Caroline Walker de Brewing Research International, publicó resultados parciales de su investigación acerca de los positivos efectos para la salud de la ingesta moderada de sidra. Buena parte de las investigaciones de la Doctora Walker se basan en el rico contenido de la sidra en antioxidantes, configurándose estos como previsores de daños celulares que podrían originar dolencias cancerígenas y problemas cardiovasculares.
El calcio y potasio contenidos en la sidra son importantes factores para mantener la presión sanguínea en niveles óptimos. Además la sidra, en ocasiones alcanza niveles similares de actividad antioxidante que su equivalente en contenido alcohólico de vino tinto, refiriéndose concretamente a los producidos en Rioja y Burdeos. Asimismo, algunos de esos antioxidantes propios de la manzana favorecen la respiración pulmonar y se revelan como anticancerígenos.
En fin, no sólo refresca, apaga la sed, es testigo mudo de correrías y tertulias, confidente de barra, además es saludable y legendaria por historia y características.
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